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¿Por qué es tan importante la figura de un buen profesor cuando se aprende una lengua extranjera?

     La comunicación es una necesidad vital no sólo de los seres humanos, sino también de todos los seres de los reinos animal y vegetal porque contribuye a mejorar nuestras posibilidades de supervivencia. De hecho, las plantas tienen flores de colores llamativos para atraer insectos y favorecer la polinización, y los animales y los humanos nos comunicamos para alertar a otros miembros de la comunidad de un peligro o amenaza, o bien para conseguir comida.

     Sin embargo, la comunicación entre humanos se diferencia de otros tipos de comunicación por su gran precisión y complejidad. A esta complejidad y precisión es lo que, sin reparar en ello muchas veces, los alumnos, los padres y los profesores, llamamos gramática. Pero ¿qué es en realidad la gramática? La gramática no es más que un conjunto de patrones y excepciones que determinan cómo se combinan y modifican los elementos (palabras) de una lengua para producir un significado. De hecho, la gramática es consustancial al ser humano como miembro de una sociedad, es decir, la incorporamos natural, progresiva e inconscientemente a nuestro ser desde que somos pequeños para incrementar nuestras posibilidades de supervivencia dentro de la comunidad. Por lo tanto, hablar y comprender cuando nos hablan son capacidades que desarrollamos de forma orgánica

     Desde luego esto no es suficiente, puesto que los seres humanos tenemos la necesidad de dejar constancia de nuestros mensajes y, por esta razón, ideamos mecanismos o códigos (lenguaje escrito) para que estos perduren en el tiempo y estén disponibles para los demás en cualquier momento. Esto, sin duda, nos obliga a aprender de una forma activa cómo funciona este código y, por lo tanto, acudimos a la escuela para aprender a leer y escribir; con dificultad al principio y con mayor solvencia a medida que pasa el tiempo y maduramos esa habilidad.

     Por estas razones, el aprendizaje de una lengua extranjera es un proceso parecido, pero con algunos obstáculos más que nos lo ponen algo más difícil y que hacen que muchos desistan y lo retomen de forma cíclica sin conseguir nunca su objetivo. Se podría decir, por tanto, que esta dificultad estriba fundamentalmente en los 2 aspectos diferentes:

      Por una parte, cuando aprendemos una lengua extranjera, al contrario que los bebés y los niños pequeños, afrontamos un proceso en el que debemos realizar un aprendizaje activo, es decir, debemos esforzarnos para comprender, asimilar y consolidar el uso de ese nuevo código de comunicación: acudimos a clase de inglés, alemán o chino, hacemos los ejercicios que nos indica nuestro profesor, viajamos al extranjero, realizamos intercambio de idiomas con extranjeros que viven en nuestro país (no sin vergüenza al principio), o vemos series de televisión sin comprender la mayoría de lo que dice cada uno de los personajes.

    Pero por otra parte, más allá de la complejidad de la lengua que estemos aprendiendo y todo lo que tenemos que hacer para conseguirlo, lo que realmente frustra nuestras posibilidades de éxito son nuestras necesidades reales de comunicación. De hecho, siempre escuchamos decir que los niños tienen la capacidad de aprender una lengua extranjera con mayor facilidad y rapidez que los adultos; pero no es cierto. Lo que diferencia a un niño de un adulto son sus necesidades de comunicación, es decir, un niño pequeño simplemente dice “hola” para saludar, “adiós” para despedirse o “agua” para decir que tiene sed. Sin embargo, los adultos no solo elaboramos más nuestros saludos o despedidas, sino que manejamos un espectro del lenguaje (el lenguaje abstracto) y ámbitos que son totalmente desconocidos para los niños, como la terminología propia de nuestra profesión. Y claro, esto es mucho más complejo y requiere más tiempo; pero éste es un tiempo que no tenemos o no queremos tomarnos porque exigimos resultados inmediatos, y ante las dificultades que plantea la comunicación en clase de inglés o francés, orientar a un turista perdido que pasea por la calle o leer los subtítulos de nuestra serie de televisión favorita, normalmente optamos por lo fácil: abortar la operación y frustrar la oportunidad de hacerlo en otro código al recurrir a nuestra lengua materna. He de admitir, no obstante, que se trata de una reacción normal y comprensible, pero el gran problema es que normalmente abordamos esta tarea sin ser conscientes de dónde partimos y cuáles son nuestras limitaciones, y sin comprender que mientras no alcancemos un dominio de nivel medio-alto de la lengua que estemos aprendiendo, utilizar material real, como leer libros o ver series de televisión que van dirigidas a un público nativo, nos abrumará y nos conducirá irremediablemente al desánimo y la frustración. 

      Por estas razones, si queremos tener éxito a la hora de aprender una lengua extranjera, debemos, no sólo hacer un esfuerzo, sino, también, ser pacientes, aprovechar todas las oportunidades que se nos presenten para comunicarnos, cometer errores, y, desde luego, contar con un plan de trabajo progresivo y bien definido por un buen profesor que esté titulado y capacitado para acompañarnos en este camino. De hecho, un buen profesor es consciente de todas estas dificultades y sabe empatizar con sus alumnos; no es sólo un profesional que nos transmite un conocimiento, sino que también actúa como un mentor, es decir, nos orienta, aconseja, anima, corrige, despierta y, sobre todo, nos escucha e inspira la confianza necesaria para que no nos sintamos torpes y vulnerables cuando utilicemos una herramienta de vida tan bonita y útil como es nuestra capacidad de comunicarnos con los demás.

 

                                                                                                                                    

 

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